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Photo by Anya Prygunova on Unsplash

Mitchell Torres no tenía animales afectivos cuando era niño, pero sabía que había que respetarlos. Una cotorra y unos cuantos peces contaban como sus únicas mascotas entonces, aunque en su calle había varios perros y gatos que él y el resto de los vecinos cuidaban. Con los años fueron llegando a su vida algunos peludos que, “por suerte, han muerto de viejitos”.

Ahora mismo tiene una gata y una pequinés llamada Mía. Para él es una bendición que ellas lo reciban siempre al llegar a casa y reconozcan hasta el sonido de su moto. “Tener una mascota desata una descarga constante de endorfinas, es una transmisión de alegría e inocencia. Que tú tengas a un ser que te esté dando cosas positivas sin pedir nada a cambio todo el tiempo es algo extraordinario, que mejora tu espíritu. Siempre es importante tener una, dos, tres mascotas, pero para estar ahí para ellas, para resolver sus problemas y garantizarles todos los cuidados: de salud, de alimentación”, explica este médico veterinario.

Tras terminar la secundaria básica siendo un pésimo estudiante pocos creyeron que sus problemas de conducta lo dejarían convertirse en uno de los cirujanos veterinarios más respetados del país. Dice que fue un amor que siempre estuvo escondido y que no descubrió hasta que empezó el técnico medio de Medicina Veterinaria. De hecho, entendió que prestando atención podía aprender, obtener buenas notas y quedar entre los primeros de su clase.

Atraído por lo desconocido pudo darle la satisfacción a su madre de ser uno de los pocos universitarios de la familia. Para Mitchell ha sido un reto encontrar cómo resolver desde el más simple hasta el más complejo problema de una mascota. Ser médico veterinario es lo mejor que le ha pasado y algo que reeditaría sin dudas si volviera a nacer. A pesar de las deficiencias de algunos planes de clases, sabe que la suya es una profesión maravillosa.

Conocido particularmente por sus incursiones en la Ortopedia, la Oftalmología y la Neurocirugía, empezó a hacer esas intervenciones básicamente porque no había quien las hiciera. Para 2014, Mitchell, que llevaba una época haciendo cirugías sobre todo de tejidos blandos: cabeza, cuello, abdomen, se adentró en la rama ortopédica porque a quienes les remitía sus casos viajaban demasiado o no solucionaban los problemas eficientemente y eso lo hacía sentir incómodo.

Su primera operación ortopédica la realizó en un canino mestizo, de unos 22 kilogramos de peso, que se había caído dos veces de un cuarto piso y tenía una fractura de cadera. Aunque no disponía de todo el instrumental necesario, Mitchell se hizo cargo de la cirugía, después de ser animado por su colega Yendry Zamora y de pasar unas 12 horas estudiando el día antes. “La cirugía nos llevó cuatro horas y hoy en día no dura ni una, pero fue el comienzo y el paciente quedó muy bien”.

A pesar de que en Cuba no se desarrolla la especialización dentro de la Medicina Veterinaria, a aquella reconstrucción de cadera el doctor ha sumado en los últimos siete años unas 25 operaciones de cataratas, 250 procedimientos oftalmológicos de alta especialización, otros tantos de neurocirugía y más de 1500 intervenciones ortopédicas. Se ha preparado por cuenta propia en esas y otras áreas como la Imagenología.

Incluso cuando en su extensa hoja de méritos aparecen decenas de cursos recibidos e impartidos en Cuba, Panamá, México, Perú y Colombia, lamenta que el mejor recurso de superación que tienen la mayoría de los veterinarios en la isla sea la auto preparación. Según afirma, “la capacitación es lo que nos va a entrenar para el futuro. Creo que la Universidad Agraria de La Habana, que es quien rige el estudio de la Medicina Veterinaria, debería centrarse en los postgrados para veterinarios de todo el país. A mí me han salido las cosas bastante bien, pero no todo el mundo puede pagar un curso en el extranjero o ser autodidacta”.

Perros, gatos… y hasta una mona de uno de los zoológicos de La Habana que recientemente llegó con una fractura de tibia -una criatura tan noble que “hasta nos tomaba las manos”-, han pasado por la consulta de este respetado cirujano que hoy comparte algunas de sus nociones con nuestra revista.

¿Qué no le puede faltar a un buen veterinario?

Desde tiempos remotos un médico veterinario debe identificar problemas clínicos, productivos, de manejo, y, además, tomar decisiones. Requiere de conocimientos, habilidades prácticas, clínicas, que se construyen con el tiempo, con la experiencia, con el auto estudio. No hacemos nada con saber dónde está el problema y no cómo arreglarlo o estabilizarlo. Todos los días vamos a tener uno, dos, tres casos de urgencia, y debemos centrarnos en la condición física del paciente, en evaluarlo y actuar lo más rápido posible. Le enseño a mis estudiantes que en las urgencias hay que guardarse la lástima en el bolsillo y es algo que me tomo muy en serio porque por el más mínimo detalle que perdamos, puede acabar la vida del paciente. Hay que ser muy objetivos con eso, que no es lo mismo que insensibles. Tampoco nos puede faltar motivación por darle una mejor calidad de vida y amor a los animales. Cuando un médico pasa 20 años en un consultorio sin aprender nada nuevo, sin ir a un postgrado, sin tener alumnos a los que trasmitirles lo que sabe, se desmotiva o se motiva por intereses más económicos que de otro tipo.

¿Crees que todos los veterinarios debieran saber operar?

Creo que deberían dominar al menos las cirugías básicas. La cirugía ha venido a resolver o a paliar problemas que la farmacología, la terapéutica o la alopatía no han resuelto. Y hay problemas cuya única solución es una intervención quirúrgica. Lo que pasa es que para dominar la cirugía hay que saber de otras ramas de la medicina veterinaria: anestesia, anatomía, fisiopatología. De nada sirve que se domine una técnica operatoria y no se sepa controlar el dolor, por ejemplo. Hay que tomárselo con mucha responsabilidad. Ninguna cirugía es fácil. Lamentablemente en nuestro país no siempre ocurre así: falta capacitación y hay procedimientos que no se dominan porque no basta con verlos en internet. Yo recomendaría que los veterinarios empezaran por aprender protocolos de urgencia. Las principales clínicas de la región trabajan por especialidades; es un problema el multioficio que tenemos aquí.

¿Cuánto necesita de superación constante un veterinario?

La vida de un veterinario es de estudio intenso. Cuando estoy unos días sin leer un artículo, me siento inconforme conmigo mismo y con lo poco que sé. Por mucho que creas que tu conocimiento es vasto, siempre será insuficiente. Por eso hay que tener una sed enorme de aprendizaje. El médico que no estudie al menos unas horas a la semana va camino a un abismo que se llama mediocridad y la mediocridad te hace ineficiente. Y eso, más allá de dañar tu prestigio, daña a las mascotas. Otra clave es la capacitación. Siempre que tengo la posibilidad de compartir conocimientos teóricos y prácticos dentro y fuera de Cuba, lo hago. Trato de ser como una esponja para absorber todo lo que no sé, tomar siempre lo bueno de las experiencias de otros médicos veterinarios y desechar lo malo porque no resuelven problemas. Además, ahora tenemos más oportunidad de aprender con internet: buscas una referencia seria y encuentras respuesta a muchas preguntas. En muchas provincias cubanas hay especialistas obligados a auto prepararse, pero siempre se quedan “cojos” en algunas cosas. En el Oriente del país, por ejemplo, las ramas de Oftalmología y Ortopedia están en crisis. En el transcurso de los últimos seis meses he operado unos 15 casos hasta de Guantánamo, que han llegado aquí en plena cuarentena con serios problemas ortopédicos.

¿Esa es la clave para alcanzar un buen prestigio?

Sin dudas la clave del reconocimiento está en la superación profesional. Podemos deprimirnos porque interactuamos con pacientes cuyo propietario a veces nos dice mentira para “quedar bien” cuando el animalito lleva 10 o 15 días enfermo; tenemos que tomar decisiones como la eutanasia o trabajar con pacientes con una enfermedad terminal. O no tenemos a nuestro alcance ayudas diagnósticas que son exámenes complementarios y es difícil tener una idea de la gravedad del paciente, emitir un pronóstico y lograr resolver un problema o por lo menos intentarlo. No basta con que aprendamos procedimientos quirúrgicos e interpretaciones diagnósticas de muchas enfermedades. Para aplicar eso hay que saber reglas nemotécnicas, interpretar hemogramas, bioquímicas sanguíneas, con perfiles hepáticos, renales, cardíacos o un simple análisis de orina.

Siempre le aconsejo a mis estudiantes que pongan en duda todo lo que escuchan y es algo que los obligo hacer. Lo que diga un médico veterinario no es un criterio único. Los criterios son flexibles, el conocimiento es flexible, es totalmente relativo y varía de un año a otro, a veces de un mes a otro. La labor del médico veterinario es no quedarse con lo que dice un profesor, es ir un poquito más allá. Lo mismo pasa con los casos clínicos: buscar nuevos medicamentos o nuevas terapias, leer artículos científicos. Defiendo que el médico veterinario tiene que tener una pizca de investigador. No nos podemos quedar con ideas remotas. Si tenemos duda, hay que investigar. A una consulta pueden llegar 60 casos simples, que con solo mirar sabemos qué problema tienen, pero existe un método clínico que debemos seguir. Si uno no palpa, no ausculta, no percute, no se sienta a interrogar minuciosamente al propietario, está perdiendo el 90% de la información valiosa de un paciente. Antes de mandar a hacer exámenes, radiografía o ultrasonido, hay que revisarlo minuciosamente.

Siempre me asombro con la capacidad de médicos cubanos y latinoamericanos de emitir diagnósticos al azar: “este perro tiene moquillo”, “aquel tiene parvovirus”. No entiendo eso y es algo con lo que tengo que lidiar y que trato de sobrellevar. El diagnóstico es difícil y a veces hay más de uno porque no es exacto, pero hay que comunicárselo al propietario porque la sinceridad tiene que prevalecer siempre. Nunca podemos decirle mentira a un propietario porque esa es su mascota, su hijo, su pariente. Y nosotros tenemos que seguir una ética profesional y no dar diagnósticos por quedar bien con nadie o para que digan “mira qué rápido dio con lo que tenía”. No, tenemos que dar un diagnóstico que nos permita dormir tranquilos y acabar con la dolencia del paciente.

¿Qué reglas son inviolables en tu consulta?

La sepsia y la antisepsia de todo: de jeringas, agujas, material quirúrgico, paños de campo o algo tan simple como el uso de guantes y la limpieza de la mesa con una solución antiséptica entre paciente y paciente. En mi consulta, por ejemplo, no se desecha una aguja, bisturí u otro objeto punzante en la basura, sino en un recipiente dispuesto solo para eso. El médico veterinario es un potencial agente nocivo. Si estamos explorando las mucosas de un paciente con moquillo sería negligente no tomar las precauciones para evitar perjudicar a un cachorro que viene detrás y no está vacunado. Hay protocolos establecidos para casos de urgencia, para enfermedades infesto-contagiosas, de seguridad biológica. Hay que tener claro que las urgencias no tienen hora y, si hay 30 o 40 pacientes esperando, debemos hacer un triage (selección) y priorizar a los graves porque un propietario no tiene por qué saber si a su mascota le quedan 15 minutos de vida. Esa búsqueda de casos críticos es fundamental. Es diferente que un paciente fallezca por una urgencia sabiendo que hicimos todo por él a que fallezca porque estaba en una cola sin ser atendido. Además, hay que tener un correcto manejo de las mascotas de forma que nos cuidemos de mordeduras, arañazos u otras maneras que tienen de defenderse, sin dañarlos a ellos. Respetamos a la mascota y a su propietario, y también exigimos respeto.

¿Hasta qué punto es difícil operar a un paciente que no puede decirte lo que siente?

Eso hace que sea más subjetiva la interacción con él. No nos habla, no nos dice dónde le duele, simplemente nos mira. Debemos saber leer su temperamento, su comportamiento, sus posturas. No es lo mismo el paciente que te encorva la columna a uno que mueva la cola. Tenemos que ser capaces de interpretar esas conductas para saber dónde está el malestar. Además, cada raza, sexo, edad, tiene enfermedades específicas. Operamos cuando ya el paciente fue sometido a un diagnóstico o porque debemos abrir la cavidad abdominal para explorar masas palpables que no se definen con un medio imagenológico. Lo más complicado es convencer al propietario que viene un poco escéptico porque no nos conoce o no viene remitido por otros veterinarios, de que la solución es una intervención quirúrgica.

¿A qué lleva la escasez de recursos de uso veterinario en Cuba?

El médico veterinario cubano ha tenido que resolver una gran cantidad de problemas clínico-quirúrgicos con bajos recursos. Es algo común en Latinoamérica. Hemos tenido que utilizar una simple sonda gástrica como un drenaje torácico o jeringas de insulina cortadas con su goma para simular tapones de heparina en catéteres. Los cirujanos hemos tratado de usar herramientas que no necesitan tanta tecnología como son los bloqueos loco-regionales y que garantizan el control del dolor y mejoran la reactividad de los tejidos y la cicatrización en el postoperatorio. Hoy en día se habla del uso de ecografías guiadas de alta frecuencia o electro-estimuladores para este tipo de bloqueos. El monitoreo invasivo de los pacientes se nos dificulta por lo costoso de esos equipos y nos vemos obligados a emplear equipos más pequeños o elementos clínicos. Es algo muy complicado medir variables subjetivas como la frecuencia o la calidad del pulso, establecer si existe o no un pulso periférico, mirar la coloración de las mucosas o el tiempo de relleno capilar, porque no son 100% seguras. Es menos efectivo que tener un paciente monitoreado mediante una capnografía, con análisis de gases respiratorios, de la presión arterial media. A veces el médico veterinario no tiene ni un catéter endovenoso flexible que te permita colocarlo y dejarlo durante dos, tres o cuatro días. No, el médico veterinario cubano debe utilizar una ‘mochita’ o una jeringa y canalizar con una aguja rígida la vena cefálica. Es difícil, pero es la realidad. Hemos tenido que trabajar con torniquetes de Rummel para resolver el déficit de clanes intestinales y de otros instrumentos muy simples.

Después de tener delante a tantos casos de accidentados, ¿qué le dirías a esos choferes que no frenan al ver a un animalito o que lo atropellan y no se detienen a ayudarlo?

Los choferes hoy no ven a los animales. Pasa una señora mayor y el chofer para o hace todo lo posible para no lastimarla. El chofer tiene que estar con 10 ojos atentos, como digo yo, para ver a la persona descuidada, al niño que pueda cruzar, a un chofer negligente. Pero debe también tener sensibilidad para cuidar de los animalitos callejeros. Recibo cuatro, cinco y hasta siete casos accidentados por semana y hay otros médicos que reciben muchos más. Es catastrófica la situación de los que son golpeados y dejados en la calle. En algunos casos los choferes los sacan del camino; en otros, ni siquiera eso. Son los menos los que llevan al accidentado a un centro de urgencias como la clínica de Carlos III, por ejemplo, que actualmente está las 24 horas del día abierta. Los choferes no deben ver a los perros y los gatos callejeros como elementos nocivos, sino como entes sociales, seres vivos que sienten, que padecen, que pueden necesitar ayuda y que cualquier persona que esté cerca los puede llevar a un consultorio. Ese chofer que es responsable del accidente tiene un carro a su disposición y puede ayudar a salvar un vida buscando rápido atención médica o por lo menos intentarlo. También debemos tener en cuenta que a veces los atropellados tienen dueño, pero salen sueltos a la calle o se escapan detrás de una perrita en celo y pasan varios días sin regresar a la casa y cuando lo hacen, tienen una patica fracturada. Eso pasa por falta responsabilidad en la tenencia de mascotas.

¿Por qué has estado tan dispuesto siempre a ayudar a los animalitos callejeros?

Me toca como médico, como cirujano especialista. Es parte de mi responsabilidad hacia los pacientes. A veces quienes los rescatan se desesperan porque traen a un animalito con una patica fracturada, pero probablemente sea lo último que tengamos que ver. Recomiendo tener mucha paciencia porque pocas veces por una fractura el animal fallece y hay que centrarse inicialmente en los peligros más inminentes. Con los días, cuando baje la inflamación, cuando su sistema orgánico esté lo más estable posible y haya reaccionado a esta descarga enorme de mediadores químicos, se interviene. Trabajamos con PAC, BAC, CEDA, ANIPLANT, con muchos protectores independientes, y aunque a veces no haya soluciones viables, tratamos siempre de mejorar la calidad de vida de estos pacientes.

¿Cuáles son los casos más complicados que te ha tocado salvar?

Entre los que no olvido está el de Negrito, que llegó hace como cinco años con una fractura bilateral de cadera y después de una semana dando vueltas por clínicas de La Habana. Tenía una herida abierta muy llamativa y con tejido de granulación que indicaba que era algo crónico, los testículos distendidos y le salía orina. Lo que sospechamos de inmediato fue una ruptura de uretra o de vejiga. Y por supuesto tuvimos que hacer ultrasonido y comprobar que su vejiga estaba vacía incluso después de suministrarle 250 mililitros de Ringer Lactacto para estimular la diuresis y ver la represión de esa vejiga. La fractura no era el mayor de los problemas. Lo que podía matarlo era la orina cayendo en su cavidad abdominal. Tenía su vejiga rota y parte de ella estaba necrosada, por lo que tuvimos que seccionarla. Quedó cojo de una extremidad porque una de sus caderas no tuvo solución, pero lo salvamos. Me asombró que viviera luego de que lo vieran varios veterinarios sin dar con un problema que era bastante evidente. Era un perro muy, pero muy noble.

Otro caso es el de Alicia, con una fractura completamente abierta de una de sus extremidades anteriores y fractura de húmero de la otra extremidad. Además, tenía una luxación de hombro, que es una fractura poco común, y fracturas del isquión y subtrocantérica. Fue una perrita atropellada que rescató BAC. Yo llevaba cuatro años sin realizar la cirugía de luxación que ella llevaba, pero recordaba el protocolo quirúrgico y la resolución. Llevó un cuidado intensivo porque quedó con una herida abierta enorme y estuvimos tres meses batallando con ella. Fue muy bonito resolver un problema tan grande. Me marcó la nobleza con la que te miraba pidiendo ayuda; me tocó mucho el alma. Los politraumas nos tocan mucho el corazón porque algunos terminan en muerte o amputaciones.

¿Cuánta cultura en torno al bienestar animal aun falta en Cuba?

Creo que bastante, aunque por lo menos se están trazando algunas estrategias. Ya tenemos una ley que indiscutiblemente hacía mucha, pero mucha falta. Tiene deficiencias, pero ya existe una vía para enfrentar a quienes agreden animales. Hace 10 años eso era una utopía; hoy es algo concreto. Las organizaciones de bienestar animal han estado luchando por algo tan grande durante mucho tiempo. Lo que faltaría es más conciencia de la población, que se sienta verdaderamente responsable de sus mascotas. Tú no puedes salir con una mascota agresiva a la calle sin un bozal o no recoger las heces fecales que dejó tu mascota en un parque donde después viene un niño a jugar y puede adquirir una zoonosis parasitaria. Las autoridades tienen que tomar partido para que se cumpla lo establecido. Algo fundamental también son las campañas de esterilización que buscan reducir el sobrecrecimiento poblacional. Tengo amistades que semanalmente están haciendo campañas, pero nunca es suficiente. La cantidad de gatos y perros callejeros en Cuba es impresionante y el Estado tendría que tomar parte en eso como se hace en otros países. A veces los animalistas están a expensas de ayudas de organizaciones internacionales o de recolección de los propios cubanos que están aportando su granito de arena, para tratar de tener insumos para una campaña de esterilización, vacunación o desparasitación. He tenido la oportunidad de participar en campañas de ese tipo en América Latina y son financiadas por el Estado, que destina un presupuesto en función de reducir el número de animales callejeros. Es algo que tiene que cambiar porque es más difícil que una organización empiece a buscar ayuda a tener un respaldo económico del gobierno.