Debido a que tan a menudo -en postales, películas, animados, libros infantiles…- se asocia a los niños con los animales por la empatía que hay entre ellos, hay padres que creen que los animales son juguetes o medios de recreación. Nada más equivocado ni más injusto. Regalar a un niño un ser vivo -perro, gato, curiel, conejo, jicotea, pez, hámster, etc.- es una gran responsabilidad, no solo por la adecuada atención que hay que proporcionar al animal sino por la propia educación del niño. Porque un niño que se acostumbre a descuidar o maltratar a un animal, se convertirá en un adulto insensible, indiferente, o algo peor: en un maltratador de criaturas vulnerables, como infantes, mujeres y ancianos.
Los animales no son juguetes. Son seres vivos que tienen derecho al bienestar y a desarrollar su propia vida en un ambiente acogedor y apropiado, por lo que cuando los traemos a nuestra casa, estamos obligados a proporcionarles el espacio, el tratamiento y la alimentación que requieren. Está de más decir que aquí nos referimos únicamente a los animales domésticos que suelen tenerse como mascotas (perros, gatos, hámsteres, etc.), y dejamos fuera a los animales silvestres porque a esos jamás debemos extraerlos de su medio natural. Resulta igualmente inapropiado, injusto y cruel (con el niño y con el animal) regalarle a un chico un pollito, por ejemplo, cuando sabemos que esta mascota no se quedará viviendo en la familia hasta su muerte natural. Debido a que los pollos suelen ser vistos por la mayoría de la gente como comida y no como criaturas vivas que sienten y padecen, ni siquiera de chiquitos se les proporciona la atención y el cuidado que merecen. Generalmente, se les maltrata, y cuando se les regalan pollitos a los niños en calidad de juguetes se les permite hacer con ellos lo que se les antoje, porque, a final, “qué más da un pollo más o un pollo menos en este mundo”. Así piensan muchos papás, lamentablemente. Y es realmente penoso, muy penoso. En verdad, deberían meditar más en todo esto. No solo por respeto al animal sino también por lo que, con su despiadada actitud, están enseñando a sus hijos.
Cuando se trae un animal a casa es porque todos los miembros de la familia están de acuerdo en que forme parte del hogar, y porque una o más personas responsables van a encargarse de su mantenimiento y cuidado. Si es un perro o un gato, por ejemplo, habrá que enseñarle, con mucha paciencia y con técnica, y no mediante golpes y gritos, a mantener determinadas costumbres en el hogar, o sea, a hacer sus necesidades donde esté permitido y no en cualquier sitio, a no subirse a los muebles, etc. Y esta es una tarea de adultos. Hay que tener presente, en el caso de una familia con niños, que los verdaderos responsables del animal son los mayores y no los chicos, sobre todo si son de corta edad. Porque aunque a los niños pueda enseñárseles a cuidar del animal y a estar atentos a sus necesidades (lo cual es correcto), ellos todavía no tienen la madurez suficiente como para encargarse enteramente de la mascota.
A veces ocurre, también, que cuando se regala un cachorro a un niño y el animalito crece, el chico pierde interés en él, y el animalito queda entonces ignorado o desplazado de la atención familiar, lo que constituye el primer paso para el abandono y el maltrato. Ni el embullo ni la falsa creencia de que los animales son juguetes pueden ser jamás las motivaciones para adquirir un ser vivo. No se trae un perro a la casa para amarrarlo en un patio o un balcón y que alguien se acuerde de él solo a la hora de darle de comer. Ni se tiene una jicotea llena de musgo en una palangana de agua sucia hasta que alguien se acuerde de ella. No.
En cuanto a los niños, y aunque no sea intencionalmente, pueden cometer abusos con los animales de la casa si nadie les enseña ni ven el ejemplo adecuado en sus mayores. Lo hacen por inocencia, si son parvulitos, o por ignorancia. Aunque también hay niños que maltratan a los animales porque imitan el trato que sus propios padres les dan a ellos. Son niños a los que se les grita y se les dan órdenes en lugar de explicaciones, niños a los que se les pega y se les dan tirones cuando no cumplen militarmente la voluntad (o el capricho) de sus padres. Los niños así tratados reproducirán esas conductas al relacionarse con los animales, sea en su casa, sea en la calle, porque no han aprendido nada más.
Los padres responsables, cuando deciden regalar un animal a su prole, lo hacen desde una perspectiva muy diferente. En primer lugar, aprecian a los animales y a sus hijos, por eso no creen que los primeros sean juguetes ni los segundos adivinos. Tales padres están decididos a tratar a la mascota de la casa como merece, no humanizándola ni poniéndole ropitas de bebé (eso es otro abuso) sino ofreciéndole la atención, el afecto y el bienestar que requiere, y están dispuestos a enseñar a sus pequeños cómo se hace. Buscarán juntos libros y documentales, se informarán con personas de experiencia y harán que los niños participen en la investigación acerca de cómo tratar adecuadamente al animal que tienen en casa. Así, no solo estarán cuidando debidamente a la mascota familiar sino que estarán cuidando la correcta educación, el carácter y el alma de sus hijos.
Los padres responsables están decididos a educar a sus niños en el cuidado de todos los seres vivos, y a enseñarlos, mediante la convivencia con animales y plantas, a respetar y amar la naturaleza y a comprender que los seres vivos no son esclavos ni monigotes de las personas, sino criaturas con sus propios propósitos y necesidades.
Los padres responsables evitarán llevar sus hijos a zoológicos donde haya animales enjaulados, y, si lo hacen, explicarán a sus pequeños por qué está mal extraer a los animales de su medio natural y exhibirlos como si fueran objetos. Así los niños llegarán a convertirse en adultos sanos, sensibles, educados y responsables. Justamente la clase de adultos que tanto necesita este mundo.