Hace unos días, justo en los últimos de enero, un suceso se hizo viral en las redes digitales: un ciudadano turco acababa de rescatar nada más y nada menos que a 63 cachorros caninos que encontró vagando sin rumbo bajo la nieve en una carretera de la localidad de Erzurum, ciudad del noroeste de Turquía, uno de los lugares más fríos del país donde las temperaturas suelen caer a 6 grados bajo cero.

En el momento de ser rescatados casi todos los perritos mostraban signos de hipotermia, por lo que el buen samaritano no dudó un instante en recogerlos, uno a uno, y llevarlos en su coche hasta la clínica veterinaria local donde inmediatamente fueron atendidos, puestos en incubadoras, reforzados sus signos vitales y, a las pocas horas, muchos de ellos ya estaban comiendo. Según informaron luego las autoridades de la localidad, todos los cachorros consiguieron salvarse.

Por esos días, Turquía estaba bajo los efectos de un severo temporal helado que afectaría, sin lugar a dudas, a los numerosos animales que vagan por sus calles, aunque casi todos, como sabemos, están bastante protegidos por la ciudadanía (y también por el Estado) en cuanto a comida, desparasitaciones y vacunas, y también contra el frío, pues durante las heladas hay ciudadanos que les hacen casetas y refugios en cuyo interior colocan mantas para darles calor.

Los datos son asombrosos.

Se calcula que en las calles de Estambul, la capital del país, viven actualmente cerca de 130 mil perros y 165 mil gatos (otras fuentes manejan cifras diferentes, tanto o más altas que estas). La mayoría son pacíficos y juguetones, han sido vacunados, y llevan un dispositivo electrónico en una de sus orejas con el registro de su historial. Y es que la relación de Turquía con los animales, especialmente con los perros y los gatos, es bastante peculiar.

Hasta cierto punto, idílica, para quienes sabemos que los animales no solo merecen y requieren protección y cuidado, sino que no puede haber bienestar humano sin bienestar animal. Europeos de visita en el país dicen no haber visto en su tierra tanto mimo con los animales callejeros ni tantas tiendas de productos para ellos por kilómetro cuadrado.

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“Se han mimetizado con el paisaje urbano”, nos cuenta el periodista Ibon Perez en su blog “El caballo de Nietzsche”. “Están en todas partes. Son omnipresentes, los sultanes y emperatrices de cafeterías y bazares. Pasean, juguetean y duermen por la ciudad. Ocupan escaleras, plazas e incluso sillas de cafeterías. Se les ve hasta en los cementerios, cuidando de los amigos de dos patas que los dejaron.

Se sienten protegidos, tanto que se atreven a echar una siesta en mitad de una carretera, encima de un toldo, sobre el capó del coche que has alquilado o en una parada del autobús, sin temer consecuencias. Desde 2009 una ley dictada por el gobierno turco castiga a quien les haga daño o les retire la comida”.

Nadie sabe con certeza cómo ni cuándo comenzó este estrecho vínculo de los turcos con los perros y los gatos. Llama aún más la atención siendo Turquía un país musulmán, pues el Islam considera a los perros animales “sucios” que no deben vivir dentro de las casas; aunque este último detalle explicaría por qué hay tantos en las calles. Los gatos, por el contrario, son apreciados por las comunidades musulmanas, que los consideran animales limpios. Se dice que incluso Mahoma tenía felinos.

El caso es que esta relación parece datar de siglos, probablemente de la época bizantina (cristiana). Algunos aseguran que cuando los otomanos conquistaron Constantinopla (actual Estambul), en 1453, ya los perros callejeros formaban parte de la ciudad, en tanto otros sostienen que habrían llegado con los ejércitos del sultán Mehmet II, el conquistador de la urbe. Fuentes históricas atestiguan que los perros servían como guardianes de los vecindarios, alertaban de los frecuentes incendios, y se comían buena parte de la basura, algo muy útil en una época en que no había servicios de recogida de desechos.

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En cuanto a los gatos, se presume que llegaron a Estambul en los barcos de comercio durante la época otomana. Eran los encargados de liberar de ratas y ratones las naves para evitar que se propagaran a la ciudad.

El escritor Alphonse de Lamartine escribió esta bella crónica sobre la relación de los turcos con los animales:

“Los turcos mismos viven en paz con toda la creación animada e inanimada: árboles, pájaros o perros, respetan todo lo que Dios ha hecho. Extienden su humanidad a esos animales inferiores, que son abandonados o perseguidos entre nosotros. En todas las calles hay, a cierta distancia, vasijas llenas de agua para los perros”.

Muy hermoso, en verdad…

Hasta que las críticas occidentales se hicieron tan insidiosas que, en un intento por “occidentalizarse”, algunos sultanes de lo que entonces era el Imperio Otomano (hoy Turquía) empezaron a exterminar masivamente a los perros. Esto ocurrió durante el siglo XIX. La matanza más famosa fue la perpetrada por el sultán Abdülaziz, quien ordenó que todos los canes callejeros (se estima que fueron 50 mil, aunque otros hablan de 80 mil) fueran capturados y deportados a una isla rocosa, sin comida ni agua, llamada Sivriada, situada en el Mar de Mármara.

La gente, dicen, estaba en contra de estas campañas y muchos ocultaron a tantos perros como pudieron, pero casi la totalidad fue llevada a la isla y abandonada a su suerte. Cuentan que los ladridos y aullidos lastimeros de los infelices canes alcanzaron a oírse, durante semanas, en tierra firme, hasta que se fueron apagando poco a poco. Numerosos animales murieron de hambre y otros se comieron entre sí, hasta que, en 1911, el gobernador de Estambul liberó a los perros sobrevivientes, que se habían incluso reproducido en aquella isla, y con ellos repobló la ciudad.

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Con este gesto, creció el respeto por los animales sin dueño. Por eso hoy, apenados por este cruel episodio del pasado, los turcos ven cualquier intento de eliminarlos o reducirlos como una atrocidad. “Si matas a un gato, tendrás que construir una mezquita para que Dios te perdone”, dice un refrán turco, que también incluye a los perros.

El aprecio por los perros y los gatos -los gatos “sagrados” del Museo de la Mezquita Sofía tienen hasta su propio perfil de Instagram, y el famoso Tombili fue homenajeado, tras su muerte, con una escultura en la pose y en el banco al aire libre donde solía reposar- es tal que, en Estambul, en medio de la pandemia, las propias autoridades se hicieron cargo de los animales ambulantes pues los ciudadanos voluntarios que habitualmente los alimentan no podían salir debido a los toques de queda y las restricciones de movimiento en la ciudad.

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Si era necesario, los llevaban al veterinario, los desparasitaban, esterilizaban y vacunaban. Baste decir que en los últimos años el gobierno turco ha invertido unos 4 millones de euros en el registro, desparasitación y vacunación de perros callejeros, así como en la esterilización y protección de los gatos, pues atender a los animales ambulantes se considera un deber y una responsabilidad.

Muchos se asombrarán de esta conducta.

Personas asentadas en el país han comentado que, en Turquía, tampoco se abandona fácilmente a la gente más pobre, la cual suele recibir ayuda de sus familiares y hasta de los vecinos.

Sin embargo, esto, siendo mucho, aún no es todo. En 2015 fue creada en la norteña provincia de Samsum lo que se conoce como “la ciudad de los gatos”, un área de 8 hectáreas fuera del perímetro urbano, rodeada por un bosque, dentro de la cual se colocaron multitud de casetas de madera (levantadas del suelo, por lo que están dotadas de una escalerilla) para que los felinos callejeros o abandonados pudieran encontrar resguardo en ellas.

La municipalidad se encarga de sostener este refugio, que no se limita a hospedar a los mininos sino que les asegura el mayor confort posible, desde la comida (desayuno, almuerzo y cena), que viene acompañada de música clásica, y circuitos especialmente concebidos donde pueden saltar, escalar y hacer todas las travesuras que se les ocurran, hasta una cafetería felina, y, por supuesto, atención veterinaria.

Muchos de los gatos que llegan allí han sido maltratados física o mentalmente y en el refugio se esmeran por recuperarlos de sus traumas. Cuando están en buenas condiciones de salud los esterilizan y, si alguien lo desea, también los dan en adopción.

Nada, que en Turquía y especialmente en Estambul, los perros y gatos callejeros son, indudablemente, una especie peculiar de ciudadanos que conviven, casi siempre en paz y bienestar (porque no olvidemos que donde humanos hay, abusos ocurren), con los 15 millones de personas que la habitan, en un vínculo tan entrañable que la populosa ciudad ha llegado a ser conocida como “La ciudad de los perros y los gatos”.